Hasta principios del siglo XX se podían encontrar un pequeño número de cerdos en todos los caseríos del País Vasco español.
Estos cerdos se llevaban a las ferias para ser vendidos a tratantes de toda España como lechones o cochinillos cuando tenían entre dos y tres meses de edad.
Uno o dos cerdos se guardaban siempre para el engorde con los restos de la cocina o de la huerta o con los alimentos disponibles en el bosque. En el País Vasco, al igual que en el resto de la Europa Celta, la venta de animales vivos constituía un próspero negocio.
En aquel tiempo existían tres razas de cerdo autóctonas: la Batzanesa, el Chato Vitoriano (ambas ya extinguidas), y el Euskal Txerria. Gracias a las iniciativas llevadas a cabo por Pierre Oteitza, un ganadero vasco francés, el Euskal Txerria se salvó por poco de la extinción, casi “por los pelos”. En 1997 solo quedaba un número reducido de cerdas y ya no existían rebaños en el País Vasco español. Pello Urdapilleta, ganadero, y Mariano Gómez, veterinario especializado en razas autóctonas, emprendieron la aventura de recuperar esta raza porcina.
Los cerdos Euskal Txerria se caracterizan por sus patas cortas, orejas largas y caídas y unas manchas negras en torno a la jeta y a la grupa. Estos cerdos viven en libertad y se alimentan de forma natural a base de bellotas de haya y roble, castañas, avellanas, y hierba del bosque. Sólo se regula su dieta en los dos meses anteriores al sacrificio, suministrándole grano, habas y cereal. El engorde prosigue hasta alcanzar un peso de unos 120 kilos.